Lo que menos ha de dolerle a uno es el propio deceso, cuando tiene cama para morir la muerte del justo y tan pocos motivos de arrepentimiento que no paga el taxi del cura con la unción extrema. Pero cuando muere un amigo, además poeta y además mujer, y por si fuera poco fue un amor secreto y remoto -como de adehala el amor de tus dos mejores amigos-, uno no se resigna a irse con la pena y llorar un poco por tanto fueque. La semana pasada en Lima, en medio del homenaje institucional que se le debía a su rebelde existencia -que en ese momento le celebraban y al que no fue por estarse yendo-, en el momento de la elevación se dio la noticia de su desaparición fulminante. Así operan los altos brujos. Tenía 84 años. Cuando fue nuestra musa, los 'lolitos' éramos nosotros. Esta amiga, cuyo nombre en la lápida ha de rezar Raquel Jodorowsky, había nacido en Iquique (Chile), de padres judíos rusos que emigraron para salvar del Zar el pellejo y trabajaron en las minas de una zona asaz desértica. A los 13 años viajó 800 kilómetros para conocer un árbol y lo saludó como a un gran señor. Y el árbol le tendió la mano, recuerda. Una beca para estudiar arqueología la instaló en el Perú, donde se desdobló en su hijo Dayal Ganoso.
Comenzó a extraer sus poemas de las canteras del misterio preconcebido. Y se fue convirtiendo en la gran maestra de todas las cosas, haciendo uso de la poesía y de la pintura tribales.
Llegaron hasta Lima a buscarla en sus primeras giras en busca del desdoblamiento por el yagé las hoy también ánimas benditas Ginsberg y Burroughs. Vivió en México cuando la dictadura peruana encontró peligrosa su labor de costurera. Allí saltó su vocación de convertir su voz en la voz de la tierra. Mientras su hermano el comediante Alejandro posaba como auténtico farsante, taumaturgo, curandero, novelista y poeta en las más afamadas editoriales, Raquel continuó con su diálogo con las arañas y los perros rabiosos vivientes adentro y afuera de su modesta habitación, en la calle Almirante Guisse, y haciendo cantar a su vieja máquina de escribir: "Diferentes sombras será la muerte / último mundo / al que esta auténtica peregrina / ha de llegar cumpliendo".
Vino al Festival de Mujeres Poetas en Roldanillo, sobreponiéndose a las adversidades que atacan esa caja fuerte que es el cuerpo de los guerreros.
Allí recibió un homenaje de artistas por su obra de vida, que no emergió de la universidad, sino que brotó de las piedras, señalando la estrella que está por llegar. Ella siempre reclamaba que la sociedad debía ser conducida por los poetas y no por los cocheros del verdugo.
Antes de devolverse para el Perú, decía: "Mi vida, ni mis sueños, nunca fueron fáciles; pero siempre logro realizar lo que me propongo". Por eso vino a golpear las puertas en la Colombia adorada, para ver de publicar sus completas antologías. Es posible que los contactos editoriales que entonces realizó la vuelvan a la vida que da el papel.
Compartimos con ella los fragores de los años 60, en Cali y Bogotá, donde la bautizamos en el rito rotoso del nadaísmo. En el trayecto se han ido esos amigos con quienes compartimos el vino, la risa y las tempestades: Gonzalo Arango, Marta Traba, Humberto Navarro, María Mercedes Carranza, Mario Rivero.
Hace cincuenta años dictó su conferencia en La Tertulia titulada 'Un poeta en busca de un pan', donde ingresó con "el profeta" a bordo de un burro. Volvió más sabia y más franca. ¿Y quién, si su amigo busca un pan, le alcanza una piedra? Pero le negaron la visa.
Escribe Eduardo Escobar: "Por los ojos de los vivos se miran los muertos a los ojos". Y ella cantaba: "¿Quién dará comienzo / al Gran Baile del Fuego? / ¿Quién danzará con las ancianas? / Esas golondrinas de rostro vendado / en el último sitio del aire. / ¿Quién sabe lo que vendrá / cuando el amanecer termine?".
Amaneció y ya no la vemos. Queda en su obra. Lehitraot. Hasta pronto.
Jotamario Arbeláez
Contratiempo
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