21 de marzo de 2012
Una celebración del futuro
Hay aniversarios de aniversarios. Y este número 125 de El Espectador que hoy celebramos se me antoja diferente Lo digo, claro, comparado con los dos también muy significativos que conservo vivos en mi memoria, los que he celebrado de su mano y en uso pleno de razón.
Uno de ellos fue, por supuesto, el del centenario, aunque de celebración haya tenido poco. Llegó apenas tres meses después de que los capos del narcotráfico habían asesinado a su norte, a su espíritu, a su ejemplo, a don Guillermo Cano Isaza. Era, sí, todo un prodigio llegar vigentes a aquella fecha memorable tras 100 años de batallas por la verdad en medio de persecuciones, multas, encarcelamientos, cierres y presiones de toda índole por cumplir esa simple pero difícil tarea de ejercer un periodismo recto y transparente en defensa de las libertades. Ese centenario lo recuerdo como una mezcla de orgullo y de dolor. De una mirada erguida ante el apoyo nacional e internacional por la fidelidad a unos principios éticos inquebrantables que recibíamos a viva voz desde muchos rincones del mundo, pero a la vez de una mirada triste que generaba la incertidumbre de saber si el sacrificio valía la pena, si habría un momento en que sería imposible, o inútil, continuar. Fue aquella una fiesta agridulce.
El otro que recuerdo fue hace apenas cinco años, los 120. Lo describiría como de reencuentro y esperanza. Después de haber estado pocos años atrás con la propia supervivencia amenazada tras muchos cambios en la manera de ver el periodismo, estaba claro que el poder de la marca era la columna que lo mantenía erguido. Para entonces, como semanario, ya El Espectador había logrado copar un lugar que había sido difícil ocupar desde cuando abandonara la circulación diaria; pero apenas asomaba la cabeza. Con el apoyo irrestricto de los accionistas, nos fuimos entonces a buscar las raíces, a fortalecer el carácter, los principios, los ideales. En pocas palabras, a adaptar a los nuevos tiempos los ideales fundacionales de este periódico. No fue casualidad que el centro de aquella celebración hubiese sido Medellín, el nido donde toda esta aventura comenzó hace 125 años. Allí, en el cementerio de San Pedro, frente a la tumba de don Fidel Cano Gutiérrez, el fundador, con la lectura de su primer editorial y con la edición de un libro histórico de gran formato, celebrábamos la inminencia del regreso a la circulación diaria, que se vendría a dar al año siguiente. Fue esa una fiesta de resurrección.
Y así, con esos recuerdos, llegó este pasado enero cuando comenzamos en la redacción a darle forma a esta edición que hoy presentamos. Claro, desligarse de la historia en El Espectador es impensable. Es más, poco aconsejable. Pero la solidez del momento actual merecía pensar en grande y más allá solamente de ese sólido pasado ejemplo de coraje, decencia y dignidad, el cual de todos modos está atado de manera indisoluble a la manera como El Espectador concibe y practica el periodismo. Nos propusimos, pues, parados sobre los cimientos fuertes de su historia, mirar al futuro y hacerlo de manera ambiciosa. Así fue como nació este proyecto de contactar a personalidades de todo el mundo y de todas las disciplinas en busca de ideas sobre lo que en varios campos del conocimiento y el engranaje social puede, o debería, suceder en los años por venir.
Nada mejor que esta edición de colección que hoy entregamos para representar el momento actual de El Espectador. Que firmas de primer nivel orbital hayan aceptado robarles un tiempo a sus múltiples y trascendentales ocupaciones para compartir sus ideas con los lectores de un periódico colombiano es muestra de la solidez de esta empresa periodística y de su reconocimiento mundial. A pesar de lo ambicioso del proyecto y el escaso tiempo de ejecución, haberlos podido contactar y convencer es muestra también del compromiso de un equipo periodístico moderno y creativo que sabe de qué hace parte y a dónde quiere llegar. La participación de las audiencias en las diferentes plataformas para ayudar a elaborar la portada del periódico impreso de este día, determinar los contenidos, resaltar los ejes de lo que para ellas representa El Espectador, es un ejemplo de ese futuro que en su colaboración para este especial anticipa Arianna Huffington: unos medios tradicionales aprendiendo de las herramientas y fortalezas de los digitales y éstos aprendiendo de las exigencias y ventajas del periodismo tradicional. Finalmente, la voluntad de tantas y tan importantes empresas e instituciones que quisieron ser parte de esta edición comprueba también el posicionamiento de El Espectador como vehículo comercial de excelencia para llegar a una audiencia selecta, pensante, que no traga entero.
Ha sido esta, pues, una fiesta de perspectiva, de proyección, de futuro.
Y al mirar a ese futuro, estamos convencidos de que las próximas van a ser mucho mejores.
EDITORIAL por Fidel Cano Busquets
EDITORIAL por Fidel Cano Busquets