6 sept 2010

Magazín 15 minutos, número 18

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        EDITORIAL
 Se cierra un capítulo vital:  muere el maestro Ómar Rayo. La parca no respetó la inmensidad de su ego, pero sí su obra. Como todos los que en el mundo han sido, ha pasado. La vida vuelve a su rutina, a los sueños de felicidad, a los anhelos diarios y de siempre, a los afanes pequeños y a los grandes propósitos. Queda Águeda, con la persistencia de la mujer que acompañó los pasos del alma y del cuerpo del maestro Rayo; con la dulzura de su femineidad; con su espíritu abierto, hecho ya al trópico; a esa luz que cautivó al pintor de una geometría inefable y sólo traducida a su lenguaje.

El tiempo que es corrosivo, examinador de clásicos, revelador de verdades y juez inexorable, dirá su última e inapelable palabra.

Esperamos que esos trazos, esos colores que se hicieron fulgentes, se cuelen por entre un resquicio de la eternidad. Esperamos que, en medio de tanta catástrofe anunciada, perviva la luz, la línea, la honda belleza del universo sintetizada en el fulgurante momento de cada una de sus creaciones artísticas.

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